El 15 de noviembre pasamos una preciosa noche en la Biblioteca Nacional, en la que junto a Riccardo Boglione acompañamos a Clemente Padin en el lanzamiento de su nuevo libro: “Soplen rabiosamente autorreflexivos” editado por Fabio Doctorovich y prologado por César Espinosa. Dos horas de charla y conversa sobre la poesía visual y la autorreferencialidad en el mundo del arte.
Aquí reproduzco el texto que oficia de contratapa:
…el fragollo tibio de todas las
palabras
(Los horizontes abiertos, 1969
/ C.P.)
Clemente
Padín abre este extenso panorama de la poesía experimental “Soplen
rabiosamente autorreferentes” (cerca de doscientos autores y alrededor
de cuatrocientas obras) con un trabajo icónico, el poema de Eugen Gomringer de
1954 que repite la palabra “silencio”.
Cinco líneas horizontales, correctamente alineadas en las que se repite tres
veces la palabra antes mencionada, salvo la tercer línea horizontal (que oficia
como eje) en la que la segunda repetición se omite pero respetando su espacio.
Finalmente el efecto visual se circunscribe a la palabra “silencio” rodeando un
espacio en blanco. La ausencia de letras negras conformando la palabra
repetida, terminan dándole al vacío el significado que ahora parece huidizo de
la denotación que la propia escritura debería tener.
Padín
se preocupa en generar unidades temáticas, vemos grupos de piezas que tienen
puntos en común, golpes de efectos similares. Allí se encuentran dos obras que
particularmente son paradigmáticas cuando hablamos de autorreferencialidad
poética (además de ser buenos ejemplos del poder de síntesis de un poema visual)
La primera pertenece a Mikel Jauregui, con una obra que recibiera el primer
premio en el Certamen de Poesía Visual Juan Carlos Eguillor 2014. Allí el autor
escribe con fuente Arial la palabra “Brisa” con la salvedad que la vírgula de
la letra “i” latina esta desplazada por encima de la letra “s”. Ese sencillo corrimiento
produce un efecto casi subliminal de movimiento leve, acorde al significado de
la palabra usada. En el mismo bloque temático Padín incluye otro trabajo, un
cartel de Felipe Boso (circa 1970) con una palabra escrita en imprenta
minúscula de fuente Clarendon, que en la parte superior de la hoja dice
“lluvia”. Aquí el detalle, el gag está dado en que la letra “i” latina está
invertida y el punto de su serifa está mucho más abajo, como cayéndose de la
palabra, como si fuera el inicio de una precipitación.
En
el prólogo inicial de César Espinoza “PoieSIC…” quedan
planteados de manera contundente los argumentos teóricos sobre este segmento poco
explorado de la poesía experimental: el autorreferente.
Ahora, gracias a esta extensa y laboriosa mirada, a este prolongado oficio de
compilador, Clemente Padín nos permite ver-valorar la magnitud de esta línea de
creación experimental en dónde (y bajo el riesgo de parecer tautológico) podemos
aventurar al poema autorreflexivo como aquel que interpela su condición
poemática. La interpelación tiene ese dejo imperativo, esa acción de exigir, de
reclamar-se explicaciones, el poema se pregunta y responde al mismo tiempo su per se.
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